
Este artículo de opinión fue publicado originalmente en portugués por “La Tarde” periódico de Salvador, Brasil, el 19 de agosto de 2019.
Esta semana, personas de toda América Latina se reúnen bajo los auspicios de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC) en Salvador, Brasil, para discutir y, con suerte, actuar sobre la crisis climática que todos estamos experimentando, una crisis que define cada vez más nuestras vidas mientras amenaza y destruye al mismo tiempo el hermoso y delicado mundo en el que habitamos.
Esta situación nos obliga a abordar dos acciones existenciales.
Primero, debemos adaptarnos a los cambios provocados por las nuevas y cambiantes condiciones climáticas. Adaptarse significa actuar para mantener nuestro bienestar a pesar de los nuevos desafíos. Los ejemplos de adaptación podrían incluir recolectar agua de lluvia para usar en el hogar para compensar la menor disponibilidad de agua o formar grupos de vecinos para proteger colectivamente a los ancianos de las temperaturas más altas. La adaptación y la mitigación (reducir las emisiones de gases de efecto invernadero) es lo que los gobiernos y las personas de todo el mundo están haciendo actualmente para tratar de controlar la crisis climática.
En segundo lugar, debemos volver a imaginar un mundo nuevo para nosotros y para las generaciones futuras. Será diferente a aquel en el que crecieron nuestros abuelos y nuestros padres. El cambio climático que estamos experimentando es salvaje y todos estamos obligados a enfrentarlo, sin importar cuánto haya contribuido nuestro papel individual como personas o como naciones. Aunque este cambio viene con grandes sentimientos de pérdida, también nos da la libertad y la responsabilidad de ser parte de la visualización de un nuevo modelo.
Este nuevo modelo es colaborativo pero también confrontacional. Tiene que serlo porque, a pesar de que la crisis climática es una emergencia sin precedentes, los gobiernos y las corporaciones están respondiendo en gran medida como si fuera un desafío familiar que hemos enfrentado antes y que se resolverá con algunos buenos inventos y tecnologías mejoradas. Excepto que no lo hará.
Este nuevo modelo habla un nuevo idioma: es una caja de resonancia para las voces de jóvenes líderes con nuevas visiones de cómo las personas pueden vivir de manera diferente y más sostenible. Este nuevo lenguaje eleva el conocimiento de las personas hasta ahora consideradas "no técnicas" (¡lo que implica que no tienen conocimientos!) y, por lo tanto, no son aptas para contribuir a dar forma a un nuevo futuro. Este nuevo lenguaje se escucha en las calles cuando las personas eligen comer menos carne, pensar dos veces antes de viajar en avión, proteger el medio ambiente con pequeñas acciones como reducir sus desechos y comportarse con compasión.
Necesitamos un nuevo modelo porque el anterior ha caducado y no funcionará en un clima cambiante. El viejo modelo de abordar y adaptarse a la crisis climática ha consistido en priorizar proyectos tecnológicos y de ingeniería mientras silencia las ideas que postulan que la solución es que los humanos se comporten e interactúen de manera diferente entre nosotros y con el medio ambiente. Ese viejo sistema, que aún impera, no ha logrado producir una visión de futuro que beneficie a la mayoría de las personas o ecosistemas.
No sorprende, entonces, que las acciones de adaptación que resultan de este paradigma sean muchas veces unilaterales, ya que están impulsadas por intereses y conocimientos ajenos a la gran mayoría de las personas. La crisis climática actual refleja esos arreglos institucionales y las injusticias sociales y ambientales que promueven.
Nuestro planeta exige un cambio profundo, y eso requiere la contribución de todos. El conocimiento tiene muchas caras y lenguajes, no solo los hablados por personas e instituciones en posiciones de poder. Cuando hablamos de resolver la crisis climática, debemos tener algo más que un lente técnico; también deberíamos estar hablando de compasión, dolor, miedo y esperanza.
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